Se llamaba Helena. Estaba en su
cuarto mirando el techo, las lágrimas le recorrían por la cara, sus tíos iban a
llevarla lejos de ese pueblo y dejarla en un orfanato lejos de sus amigos.
Tenía puesto un vestido rosa y en la cabeza tenía un lazo del mismo color,
aquel día también estaba lloviendo, ese pueblo era conocido precisamente por
las tormentas tan fuertes que lo azotaban. No solía hacer mucho viento. Muchos
pueblerinos decían que se debía a la montaña tan alta que había allí, que había
una leyenda de que allí vivían dioses que estaban muy cabreados con ciertos
pueblerinos. Ella no se creía nada de eso, lo achacaba a que estaban cerca del
mar y este junto a la tierra del lugar provocaba grandes cambios
climatológicos. Su tío abrió la puerta de su cuarto dejando pasar la luz del
pasillo.
-Vamos Helena, debemos irnos.
-¿No me queréis?
-¡Claro que si! Eso es una
estupidez.
-¿Y porque me vais a dejar en un
orfanato?
Dejó la maleta en el pasillo, se
sentó en la cama con ella, la acaricio su pelo moreno y corto, la miró a los
ojos y la limpio las lágrimas.
-Lo primero, no es un orfanato,
es un internado.
-¿Qué más da? Es casi lo mismo.
El sonrió.
-Veras Helena, no espero que
ahora lo entiendas pero…
-¡Déjate de discursos
peliculeros! Quiero que me digas la verdad.
-No puedo, si lo hago te pondré
en peligro.
-¿En peligro? ¿Por qué?
-Te he contado más de lo que
debería, vámonos ya antes de que la tormenta empeore aún más.
Helena quiso replicarle pero su
tío le cogio por la muñeca derecha llevándosela a la fuerza, le hacía mucho
daño y protestó pero él no parecía escucharla. Miró a su tía, parecía muy
preocupada, la subieron al coche sin mucha delicadeza. Su tío se puso al
volante, arrancó y se pusieron en marcha. Durante todo el viaje Helena estuvo
mirando por la ventana del coche, estaba dejando todo atrás, esto la
repercutiría para toda la vida. Tan solo tenía diez años y en cuatro años la
habían ocurrido tantas cosas, sus padres murieron sin saber como, tuvo que
dejar aquella ciudad que apenas conocía e irse a vivir con sus tíos y ahora
esto, ellos la abandonaban sin ninguna explicación.
Tras cuatro horas de viaje, donde
tuvieron que parar a mitad de camino para echar gasolina, llegaron al
internado.
Helena bajó con muy pocas ganas.
En la puerta había una mujer sonriendo, sus ojos decían que era simpática pero
estricta, Helena tenía un don para ver la personalidad de las personas con tan
solo mirarles a los ojos. Su tío sacó la maleta de su sobrina del maletero del
coche y agarró de nuevo por la mano a Helena, esta vez más suavemente, se
acercaron a la chica de la puerta del orfanato y tanto su tía como su tío la
dieron la mano.
-Bienvenidos al internado Himer,
soy la directora Lizie, Noelia Lizie.
-Hola directora Lizie-dijo su
tío-. Esta es mi sobrina Helena.
-¿Sobrina? Lo siento pero si me
dejáis aquí quiere decir que tú y yo ya no somos familia.
-Lo siento directora, la chica es
normalmente buena.
-No pasa nada, entiendo que este
frustrada porque algún familiar suyo tenga que dejarla aquí.
-¿Puedo hablar con ella
privadamente? Mi mujer se encargará de todos los trámites.
-Claro, pasen.
Pasaron dentro y Helena analizó
el lugar, tan solo el vestíbulo era enorme ¿Cómo serían los cuartos o el
despacho de la directora? Enfrente de ella había una puerta de roble macizo y a
ambos lados de esta, dos estatuas de oro de un hombre, debajo había una placa
que decía:
Nicolás Himer, hombre que erigió esta ciudad
con el sudor de su frente
A su izquierda había otra puerta
que dirigía hacia los cuartos y las clases, eso es lo que ponía en el cartel, a
su derecha estaba el despacho de la directora.
-La habitación de ella es la 12,
siga el pasillo de frente y después vaya hacia la derecha, ahí están los
cuartos.
Su tío le dio las gracias y se
llevó a Helena hacia lo que ahora sería su nuevo cuarto. Se fijó en aquel
pasillo, parecía eterno; al fondo se veía una ventana por la que debía entrar
la luz (no lo sabía debido a que estaba anocheciendo y estaba más oscuro que
claro), al ver el pasillo de las habitaciones, el otro le pareció pequeño.
Aquello si que daba la sensación de que no iba a terminar nunca, ni siquiera se
veía la ventana del fondo. Cuando llegaron a su habitación, su tío cerró la
puerta y se agachó a la altura de la cabeza de su sobrina.
-Júrame que te portaras bien.
-¿Portarme bien? ¿Qué más te da
si no vas a estar aquí para verlo?
-Helena, no pretendo que lo
entiendas pero por favor, cuando seas mayor, comprenderás que esto es más duro
para nosotros que para ti.
-Si fuese más duro para vosotros
no me dejaríais aquí.
-¡No entiendes nada!
Helena se asustó, nunca había
visto a su tío así, se fue contra la puerta y la pegó dos patadas. Después se
llevó las manos a la cara y respiró hondo; se giró y volvió a mirarla fijamente
a los ojos. Vio que estaba asustada, se llevó la mano derecha al bolsillo de su
pantalón y de este sacó un sobre blanco en el que ponía el nombre de otra
persona.
-Haciendo esto me arriesgo
mucho-se lo dio y ella se quedó mirándolo, quería abrirlo para saber que había
dentro pero su tío se lo impidió-. No puedes jurarme portarte bien, no puedes
jurarme que esto no creara algún trauma para ti, no puedes jurarme ser fuerte
siempre, pero por lo menos júrame de verdad que no abrirás este sobre hasta que
no hayas cumplido la mayoría de edad o te hayas independizado. Por favor,
prométemelo.
Ella le miró a los ojos, parecía
que aquel sobre contenía algo muy grave. Vio miedo en sus ojos y le entró a
ella.
-Te lo prometo.
-Juro que algún día volveré a por
ti-se dio la vuelta y se quedó con la mano en el pomo de la puerta, parecía no
decidirse-. Te doy un consejo Helena, no seas como tu padre o como yo, lucha.
Contra más débil seas por fuera más fuerte debes ser por dentro.
Abrió la puerta y la cerró tras
de sí.
No entendió la última frase pero sabía que
hacer aquello le dolía mucho, no sabía en que líos estaban metidos sus tíos
pero eso ahora daba igual, sabía que algún día vendrían a buscarla. Tuvo muchas
ganas de abrir el sobre pero decidió no hacerlo, había hecho una promesa y ella
nunca rompía una. Salio de su habitación tras dejar el sobre encima de su nueva
cama y vio como sus tíos se largaban de allí, no había vuelta atrás, se habían
ido… y para siempre.
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