JOHN
Todos le hacían la misma
pregunta, ni tan siquiera él encontraba la respuesta. Lo único que sabía era
que se llamaba John Master, tenía veinte años y tan solo él y tres amigos
sabían quién era. Si a eso le añadías que su peor enemigo también iba a la
universidad como él e incluso a la misma clase, entonces no sabía lo que le
deparaba.
Estaba enamorado de una chica que
no iba a su universidad.
Se llamaba Elizabeth y era la
hija de una familia la cual estaban en guerra con sus padres. Vivian al otro
lado de la acera; tiempo atrás no llegaba a entender la disputa entre ellos,
pero tan solo un par de horas antes de hallarse en esa azotea descubrió la
verdadera razón.
Lo que más le gustaban eran los
félidos, estudiaba para veterinaria y era capaz de inventar cosas con su mente
prodigiosa, también era capaz de calcular cifras muy altas en cuestión de
segundos, por lo demás era un chico normal. Se metían con él solo por ser algo
tímido. Procuraba no meterse con nadie, pero los demás debían ver en él un
objetivo para sus burlas. Ahora estaba allí, en la azotea de uno de los edificios más
emblemáticos de aquella enorme ciudad, a la espera de escuchar algún sonido que
le dijese que alguien necesitaba ayuda.
Pronto las sirenas de la policía
inundaron sus oídos. Saltó de un edificio a otro siguiéndolos. Su traje amarillo
anaranjado con manchas negras estaba ajustado dejando ver sus abdominales y los
músculos. En la cabeza llevaba puesta una máscara en forma de leopardo que solo
dejaba al descubierto nariz, boca y ojos. Era un héroe.
Se acercó sigilosamente como un
leopardo, vio a la policía detenerse en medio de una calle y como apuntaban a
la puerta de un banco. Uno de ellos habló por el megáfono que tenía.
-¡Salgan con las manos en alto!
¡No lo volveré a repetir!
Uno de los atracadores se asomó
un poco, apuntando con una pistola a un rehén
en la sien. Su rostro lo tapaba con un pasamontañas.
-¡Haced caso a nuestras
peticiones o juro que matamos a todos!
John saltó al otro lado y rezaba
porque hubiese una entrada que pillara a los asaltantes por sorpresa.
Vio un conducto de ventilación y
se metió por él.
Su complexión de leopardo le
facilitaba la entrada por el conducto. Como dicho animal, fue a toda la
velocidad que sus poderes le dejaban por los tubos.
Entonces llegó a la zona donde
estaban dichos atracadores. A pesar de estar oscuro vio el interior gracias a
su vista nocturna que le otorgaban sus poderes felinos.
Analizó la zona, había tres en la
sala que observaba a través de la rejilla del conducto desconociendo si en los
otros despachos se hallaban otros delincuentes, se quedó para analizar la
situación. Cerró los ojos y se puso a escuchar.
Poseía la habilidad de percibir a
grandes distancias los sonidos y de oler hasta el miedo de la gente, un poder
que había descubierto escasamente hacía una hora.
Terminó e hizo un diagnóstico.
“Hay tres en esta sala, dos en el despacho del director y otros tres dentro de
la caja fuerte”
Una vez que lo tuvo claro, lo
primero que hizo fue ir directo a la caja fuerte, eran los que más alejados se
encontraban.
Miró a través de la rejilla y escuchó voces, al
salir cayó silenciosamente al suelo.
Los descubrió cogiendo el dinero
y metiéndolo en sacos grandes. Se movió rápido hasta una esquina para que no le
viesen.
-Estúpido Carl-manifestó uno de
ellos-. Por su culpa nos van a meter más años en la cárcel si nos pillan, hemos
herido a un hombre y eso que dijimos que nada de disparos.
-¡Calla! No seamos pesimistas, no
nos van a cazar, para cuando quieran hacerlo estaremos en Ciudad Hímer disfrutando
de sus playas rodeados de chicas en bikini-contestó el más alto.
-Si, Esteban tiene razón, nunca
nos cazaran-formuló el tercero, su voz revelaba que era una mujer.
-Y decidme ¿En vuestros planes
estoy yo?
Los ladrones se giraron asustados,
ante ellos estaban viendo a un hombre vestido con una camiseta ajustada con manchas
negras y lo demás de un color amarillo anaranjado, pantalones oscuros con un
cinturón en el que había una hebilla hexagonal con el dibujo de un leopardo,
estaba enmascarado y sus ojos verdes acristalados intimidaban.
-¿Quién eres tú?-Preguntó el
chico más alto apuntándole con una pistola.
-¿No me conoces? Juguemos a un
juego, si aciertas te llevas un millón, si no te las tendrás que ver conmigo.
-Un momento-exclamó el otro individuo-.
Tú eres ese que aparece en distintos medios de comunicación, si ¿Cómo es que te
llaman?-Chasqueó los dedos- ¡Leopardo! Así es como te llaman.
-¡Has acertado! Pero a que no adivináis
qué-dijo jocoso-no podéis llevaros el millón, mucho me temo que este dinero no
es vuestro.
-¿Por qué llevarme un millón si
puedo llevarme todo?
Empezó a disparar pero Leopardo
era más rápido; sin saber cómo, desapareció.
Los atracadores apuntaron a todas
partes esperando verle, no llegaban a comprender cómo había logrado ocultarse
en una sala donde era imposible hacerlo. Escucharon como el rasguño de unas
uñas contra el metal. Miraron arriba que es de donde procedía el ruido y allí se
ubicaba, agarrado al techo con sus garras.
Saltó con la cabeza por delante y,
como si de una pelota se tratase, tras una gran pirueta le profirió una patada
a la altura del pecho al más alto que le lanzó contra las estanterías
provocando una lluvia de billetes.
El tiempo para él se ralentizaba,
cada dos pasos suyos eran ocho para una persona normal y corriente es por eso
que el otro ladrón no tuvo tiempo ni de apretar el gatillo de su arma, le
golpeó en el pecho con la mano abierta y este salió despedido.
Tan solo le quedaba un objetivo, la
mujer. La desarmó de un solo zarpazo, ella se quedó de pie pasmada por la
velocidad con la que había sucedido todo, ella rogó por su vida, lloraba
mientras la cogía con una sola mano y la arrojaba contra el techo de la cámara
no demasiado fuerte, lo justo como para que perdiese el conocimiento.
Una vez se encargó de esos tres,
sacó de su cinturón una cuerda que parecía una cola de leopardo, una correa resistente
y que creó su mejor amigo. En cuanto los dejo atados volvió a su cometido. Con
sigilo volvió a adentrarse en las entrañas del banco y esperó allí hasta que
alguien apareciese, los disparos debieron alertarles.
En cuestión de segundos uno de
ellos se asomó, este llevaba una escopeta. Sin darle tiempo siquiera a respirar
se lanzó sobre él, no le llevó demasiado tiempo deshacerse del asaltante. De
nuevo se metió en los conductos y en esta ocasión fue hacia el despacho del
director desde donde provenían tres voces, una de ellas era apenas un susurro.
Contempló en silencio el panorama.
Uno de los hombres se encontraba
sentado en la silla del director con una recortada apoyada sobre su hombro y
las dos piernas cruzadas sobre la mesa mientras que el otro se encontraba
nervioso con una gasa manchada de sangre taponando la herida de un hombre que
estaba un tanto pálido. John supuso que se trataba del director y del cual
estaban hablando los asaltantes a los que se había enfrentado.
-Déjale que se muera-dijo el que
estaba sentado, sus palabras denotaban frustración-nos roban y encima tenemos
que tener piedad de ellos, deja de taponarle la herida.
-¡Cállate Samuel! Si voy a la
cárcel lo haré por robo, no pienso ir por asesinato.
Samuel se levantó y fue a por su
compañero, le cogió por el pelo, le levantó y le estampó contra la puerta
apuntándole con el arma bajo la barbilla.
-Dime ¿Por qué íbamos a ir a la
cárcel? ¿Acaso te vas a chivar tú?
-Él no, pero yo si.
Samuel se giró pero antes de
poder verle Leopardo cogió la cabeza de los dos y las golpeó, la colisión hizo que
ambos se desvanecieran. Después se agachó a comprobar si el director estaba
bien; este le miró.
-¿Quién eres? ¿Vienes a terminar
la tarea que esos no consiguieron acabar?-Dijo él ojeando de refilón a los dos
hombres inconscientes.
-No, vengo a ayudarles, soy
Leopardo ¿Esta bien?
-He perdido mucha sangre, no creo
que aguante mucho más.
-Me encargaré de ellos, se
arrepentirán de haberle hecho esto.
Salió por la puerta en silencio
directo hasta la sala llena de rehenes, vio a uno de ellos, se puso a cuatro
patas y empezó a correr para después dar un salto de 6 metros (aunque podía
saltar más) para caer encima justo frente a uno de ellos. Este se vio
sorprendido por lo que para él fue una simple sombra; John le golpeó con la
palma de su mano en la frente para evitar que pudiera volver a levantarse.
Sacó sus zarpas y saltó hasta el
techo para moverse por él con gracilidad, -así
es como se deben sentir los leopardos a la hora de cazar- Pensó John.
Aprovechó que el jefe de la banda (supuso que lo era por ser el que tenía a la
rehén) estaba mirando hacia la puerta y el otro estaba detrás, se soltó del
techo y le propinó un puñetazo que le dejó inconsciente. Se acercó por la
espalda al atracador pero este se giró al notar algo raro, fue cuando vio al
hombre leopardo.
-¡Quieto o la vuelo la cabeza!
-¿Y que ganas con eso? Los que
estaban robando el dinero y los otros cuatro están K.O. No tienes escapatoria
amigo.
-¡No soy tu amigo!-Cargó la
pistola e iba a apretar el gatillo; pero para John aquello pasó muy lento.
Con una velocidad que pocos
tenían a su alcance, John sacó de su cinturón una cola látigo que lanzó contra el
arma, se enrolló en esta y se la quitó de las manos de un solo tirón que casi
arranca su mano, después volvió a lanzarlo contra el cuello del ladrón. Volvió
a dar otro tirón aunque este fue más suave para evitar que la rehén cayese de
bruces contra el suelo. Trastabilló lo suficiente como para que él se lanzase
rápidamente a por la señora que finalmente pareció tropezar. Aprovechó que la
cogió del hombro para elevarse un tanto del suelo y soltar una patada al jefe
que le mandó a través del cristal de la entrada rodando escaleras abajo y
cayendo a los pies justo del comisario al mando magullado y con heridas
provocadas por pequeños cortes de cristal.
John se quedó de pie observando
como el agente de policía sonreía mientras mandaba a sus hombres a arrestarle.
Todos los rehenes se levantaron y
le aplaudieron. John no se sintió satisfecho, no había controlado su fuerza,
podía haber matado a esa persona. No se reconocía, empezaba a pensar que la verdadera
amenaza era él mismo.
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Los rehenes salieron con John como
líder, se quedó a un lado de la puerta viendo como estos salían para ser
atendidos por los servicios médicos y así se aseguraba que ninguno de los
asaltantes saliese sin enterarse él de que eso ocurriese así, no creía que
pudiesen liberarse pero por si acaso se aseguró.
-Me…me ha lanzado como si fuese un
saco de patatas…-balbuceaba el jefe de la banda.
-Si, ya lo sabemos, lo hemos
visto-comentó el policía que agachaba su cabeza para meterle en el coche.
-Gracias Leopardo, las cosas
estaban muy mal.
-Para eso estoy aquí, para
haceros el trabajo más fácil.
En ese momento sonó en un receptor
de la policía una emergencia.
-A todas las unidades, Guepardo esta destruyendo la Avenida de Maise,
necesitamos refuerzos.
El policía se giró para advertir
a Leopardo de ello pero él ya se encontraba trepando y saltando con una
agilidad impresionante de un edificio a otro hasta que se perdió en la noche,
se dirigía hacia ese lugar. Fue entonces cuando se preguntó cómo habría conseguido tan
extraordinarios poderes, unos que él deseaba con toda su alma.
Muy bueno oski.
ResponderEliminarAunque no veo el de virgo.
Jijij.
Virgo is coming, jajaja
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