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domingo, 26 de febrero de 2017

E.X.T.R.E.M.O 153: Prólogo

Hola, debido a que este blog aún no puede usarse (se usará después de publicar el libro de Los Imperiales... aunque para ese camino aún queda mucho) pondré los inicios de los libros que se publicarán próximamente (cuando tenga dinero y tiempo). Así que, para que la espera no se os haga larga, publicaré los prólogos de los libros. Tened en cuenta que muchos de estos prólogos pueden cambiar un poco en las ediciones porque algunos libros aún no están terminados y mucho menos corregidos del todo. Gracias por vuestra atención y os dejo con la introducción a E.X.T.R.E.M.O 153.

La noche asolaba los enormes rascacielos de la ciudad de Timpio y las luces del entorno daban una visión espectacular del lugar, a aquellas luces había que sumarle los coches voladores que pasaban por delante de los ventanales de aquellos edificios dando una espectacular vista para todas las personas que trabajaban a destajo. Y era normal trabajar a esas horas pues eran las 16:00 de la tarde solo, allí la noche duraba 8 meses y el día otros 8 meses. Quizá se debía a que tenían dos soles y dos lunas. El planeta Simper estaba habitado por toda clase de criaturas, nadie era menospreciado por pertenecer a otra constelación o planeta, eran bien recibidos sin más, no había restricciones de ningún tipo. Precisamente un hombre de piel azulada y que pertenecía a otra constelación trabajaba para dar de comer a su familia y era bien remunerado, era feliz ¿qué más podía pedir? No le exigían demasiado, su jefe era amable con todos, nada que ver con los de su planeta de origen. Aunque no se le exigía demasiado, aquel día fue especialmente agotador, así que decidió levantarse un rato y estirarse mientras observaba las preciosas vistas de la hermosa ciudad. Lo que no sabía es que lo que estaba a punto de acontecer era algo peligroso y que podía amenazar a constelaciones enteras. En el rascacielos de enfrente, un hombre fuerte, de pelo pelirrojo y con un chaleco especializado, se amarraba como podía a un saliente del edificio. En su mano libre llevaba un arma bastante grande y que debía pesar lo suyo. Asustado, este hombre decidió llamar a la policía del lugar, los que se encargaban de salvaguardar todo el planeta. Se hacían llamar E.X.T.R.E.M.O, nadie sabía lo que significaban esas siglas, lo único que conocían era una organización que cuidaban y salvaguardaban a los ciudadanos de todo el planeta. Pensaba que ese agente necesitaba ayuda porque alguien de la ciudad le atacaba, un asesino o asesina experta, no hubiera sido la primera vez que veía sicarios mandados por altos mandatarios a asesinar a alguien en concreto pero cuando cogió el teléfono respiró aliviado al ver que otro agente de E.X.T.R.E.M.O iba en su ayuda. Esbozó una sonrisa esperando que le ayudase a elevarse pero lejos de eso ocurrió algo que nunca hubiese imaginado. Este le apuntó con la pistola mientras le decía algo, no alcanzó a leerle los labios por lo que no podía entender palabra alguna. Iba a disparar pero el hombre pelirrojo se lanzó al vació mientras disparaba, el otro se refugió con una rapidez impropia de una persona normal, apreció que el pelirrojo cayó sobre un coche a toda marcha perdiéndose en los neones de la ciudad. El otro se quedó mirando un buen rato, se llevó la mano a la cabeza frotándosela impotente, gritó y acercó sus labios a la parte izquierda de su chaleco donde tenía el símbolo de la agencia, al parecer avisaba a la central. No podía creerse lo que había presenciado, dos agentes del mismo cuerpo intentando matarse ¿Quizás uno de ellos era infiltrado? ¿Quizás uno iba disfrazado? No comprendía nada y era mejor que fuese así, no se metería en asuntos que no le incumbiesen. Se dio la vuelta para seguir trabajando pero se chocó con alguien y cayó al suelo, delante de él tenía al agente que hacía unos segundos se encontraba en el rascacielos de enfrente. Su rostro estaba lleno de heridas y magulladuras, su chaleco estaba hecho jirones y sus pantalones un tanto desgarrados. Su pelo corto dejaba ver su tono de piel morena bajo este.
-¿Nadie te ha dicho que no debes meterte en asuntos que no son tuyos?
No se explicaba cómo se las había apañado para cruzar de un edificio a otro en cuestión de segundos.
-Yo… esto… desconocía que estabais en algún tipo de misión.
El hombre se quedó de pie ante él mirándole de arriba abajo, en su rostro se dibujó una sonrisa de oreja a oreja dejando ver sus dientes impolutos. Todo su frente y sus pómulos se arrugaron como si se le hubiesen añadido unos 50 años de golpe. Le apuntó con su arma, esta disparó plasma sintetizado y su líquido azulado se esparció por el cristal de la ventana y le manchó a él. Cogió un pañuelo de su bolsillo y se limpió el rostro, acto seguido dio una orden a una de sus agentes.
-Encárgate de limpiar esto antes de que termine el descanso de esta planta.
Se posicionó como una soldado e hizo un gesto con la mano, levantó el meñique cumpliendo con las ordenes.
-¡Si señor!
Se giró y se largó de allí, debía encontrar a Lewis y debía hacerlo ya.


miércoles, 22 de febrero de 2017

Virgo: Prólogo

Hola, debido a que este blog aún no puede usarse (se usará después de publicar el libro de Los Imperiales... aunque para ese camino aún queda mucho) pondré los inicios de los libros que se publicarán próximamente (cuando tenga dinero y tiempo). Así que, para que la espera no se os haga larga, publicaré los prólogos de los libros. Tened en cuenta que muchos de estos prólogos pueden cambiar un poco en las ediciones porque algunos libros aún no están terminados y mucho menos corregidos del todo. Gracias por vuestra atención y os dejo con la introducción a Virgo.


Se llamaba Helena. Estaba en su cuarto mirando el techo, las lágrimas le recorrían por la cara, sus tíos iban a llevarla lejos de ese pueblo y dejarla en un orfanato lejos de sus amigos. Tenía puesto un vestido rosa y en la cabeza tenía un lazo del mismo color, aquel día también estaba lloviendo, ese pueblo era conocido precisamente por las tormentas tan fuertes que lo azotaban. No solía hacer mucho viento. Muchos pueblerinos decían que se debía a la montaña tan alta que había allí, que había una leyenda de que allí vivían dioses que estaban muy cabreados con ciertos pueblerinos. Ella no se creía nada de eso, lo achacaba a que estaban cerca del mar y este junto a la tierra del lugar provocaba grandes cambios climatológicos. Su tío abrió la puerta de su cuarto dejando pasar la luz del pasillo.
-Vamos Helena, debemos irnos.
-¿No me queréis?
-¡Claro que si! Eso es una estupidez.
-¿Y porque me vais a dejar en un orfanato?
Dejó la maleta en el pasillo, se sentó en la cama con ella, la acaricio su pelo moreno y corto, la miró a los ojos y la limpio las lágrimas.
-Lo primero, no es un orfanato, es un internado.
-¿Qué más da? Es casi lo mismo.
El sonrió.
-Veras Helena, no espero que ahora lo entiendas pero…
-¡Déjate de discursos peliculeros! Quiero que me digas la verdad.
-No puedo, si lo hago te pondré en peligro.
-¿En peligro? ¿Por qué?
-Te he contado más de lo que debería, vámonos ya antes de que la tormenta empeore aún más.
Helena quiso replicarle pero su tío le cogio por la muñeca derecha llevándosela a la fuerza, le hacía mucho daño y protestó pero él no parecía escucharla. Miró a su tía, parecía muy preocupada, la subieron al coche sin mucha delicadeza. Su tío se puso al volante, arrancó y se pusieron en marcha. Durante todo el viaje Helena estuvo mirando por la ventana del coche, estaba dejando todo atrás, esto la repercutiría para toda la vida. Tan solo tenía diez años y en cuatro años la habían ocurrido tantas cosas, sus padres murieron sin saber como, tuvo que dejar aquella ciudad que apenas conocía e irse a vivir con sus tíos y ahora esto, ellos la abandonaban sin ninguna explicación.
Tras cuatro horas de viaje, donde tuvieron que parar a mitad de camino para echar gasolina, llegaron al internado.
Helena bajó con muy pocas ganas. En la puerta había una mujer sonriendo, sus ojos decían que era simpática pero estricta, Helena tenía un don para ver la personalidad de las personas con tan solo mirarles a los ojos. Su tío sacó la maleta de su sobrina del maletero del coche y agarró de nuevo por la mano a Helena, esta vez más suavemente, se acercaron a la chica de la puerta del orfanato y tanto su tía como su tío la dieron la mano.
-Bienvenidos al internado Himer, soy la directora Lizie, Noelia Lizie.
-Hola directora Lizie-dijo su tío-. Esta es mi sobrina Helena.
-¿Sobrina? Lo siento pero si me dejáis aquí quiere decir que tú y yo ya no somos familia.
-Lo siento directora, la chica es normalmente buena.
-No pasa nada, entiendo que este frustrada porque algún familiar suyo tenga que dejarla aquí.
-¿Puedo hablar con ella privadamente? Mi mujer se encargará de todos los trámites.
-Claro, pasen.
Pasaron dentro y Helena analizó el lugar, tan solo el vestíbulo era enorme ¿Cómo serían los cuartos o el despacho de la directora? Enfrente de ella había una puerta de roble macizo y a ambos lados de esta, dos estatuas de oro de un hombre, debajo había una placa que decía:

Nicolás Himer, hombre que erigió esta ciudad con el sudor de su frente

A su izquierda había otra puerta que dirigía hacia los cuartos y las clases, eso es lo que ponía en el cartel, a su derecha estaba el despacho de la directora.
-La habitación de ella es la 12, siga el pasillo de frente y después vaya hacia la derecha, ahí están los cuartos.
Su tío le dio las gracias y se llevó a Helena hacia lo que ahora sería su nuevo cuarto. Se fijó en aquel pasillo, parecía eterno; al fondo se veía una ventana por la que debía entrar la luz (no lo sabía debido a que estaba anocheciendo y estaba más oscuro que claro), al ver el pasillo de las habitaciones, el otro le pareció pequeño. Aquello si que daba la sensación de que no iba a terminar nunca, ni siquiera se veía la ventana del fondo. Cuando llegaron a su habitación, su tío cerró la puerta y se agachó a la altura de la cabeza de su sobrina.
-Júrame que te portaras bien.
-¿Portarme bien? ¿Qué más te da si no vas a estar aquí para verlo?
-Helena, no pretendo que lo entiendas pero por favor, cuando seas mayor, comprenderás que esto es más duro para nosotros que para ti.
-Si fuese más duro para vosotros no me dejaríais aquí.
-¡No entiendes nada!
Helena se asustó, nunca había visto a su tío así, se fue contra la puerta y la pegó dos patadas. Después se llevó las manos a la cara y respiró hondo; se giró y volvió a mirarla fijamente a los ojos. Vio que estaba asustada, se llevó la mano derecha al bolsillo de su pantalón y de este sacó un sobre blanco en el que ponía el nombre de otra persona.
-Haciendo esto me arriesgo mucho-se lo dio y ella se quedó mirándolo, quería abrirlo para saber que había dentro pero su tío se lo impidió-. No puedes jurarme portarte bien, no puedes jurarme que esto no creara algún trauma para ti, no puedes jurarme ser fuerte siempre, pero por lo menos júrame de verdad que no abrirás este sobre hasta que no hayas cumplido la mayoría de edad o te hayas independizado. Por favor, prométemelo.
Ella le miró a los ojos, parecía que aquel sobre contenía algo muy grave. Vio miedo en sus ojos y le entró a ella.
-Te lo prometo.
-Juro que algún día volveré a por ti-se dio la vuelta y se quedó con la mano en el pomo de la puerta, parecía no decidirse-. Te doy un consejo Helena, no seas como tu padre o como yo, lucha. Contra más débil seas por fuera más fuerte debes ser por dentro.
Abrió la puerta y la cerró tras de sí.
No entendió la última frase pero sabía que hacer aquello le dolía mucho, no sabía en que líos estaban metidos sus tíos pero eso ahora daba igual, sabía que algún día vendrían a buscarla. Tuvo muchas ganas de abrir el sobre pero decidió no hacerlo, había hecho una promesa y ella nunca rompía una. Salio de su habitación tras dejar el sobre encima de su nueva cama y vio como sus tíos se largaban de allí, no había vuelta atrás, se habían ido… y para siempre.

martes, 21 de febrero de 2017

Ángel: Prólogo

Hola, debido a que este blog aún no puede usarse (se usará después de publicar el libro de Los Imperiales... aunque para ese camino aún queda mucho) pondré los inicios de los libros que se publicarán próximamente (cuando tenga dinero y tiempo). Así que, para que la espera no se os haga larga, publicaré los prólogos de los libros. Tened en cuenta que muchos de estos prólogos pueden cambiar un poco en las ediciones porque algunos libros aún no están terminados y mucho menos corregidos del todo. Gracias por vuestra atención y os dejo con la introducción a Ángel.

El agua caía con tanta violencia sobre la ciudad de los sueños que los ciudadanos de la capital pensaban que estaba granizando, algunas gotas llegaban a perforar los paraguas. Así era Ciudad Drommar, una ciudad muy alejada de otras mucho más importantes y conocidas. Aquel núcleo urbano era conocido por que todo el que lo visitaba podía tener todo cuanto quisiera por un precio módico. Nadie se quejaba, salvo por los pequeños granujas que corrían por las calles robando carteras o amenazando a las personas con navajas a despojarse de la ropa. La gente del lugar era bastante amable aunque existía la sensación entre los vecinos que los pocos turistas extranjeros que solían visitarlos solían dar una mala imagen de Ciudad Drommar cuando regresaban a sus respectivos países.
No muy lejos de allí, atravesando un pequeño desierto muy cerca de la autopista principal se encontraban todos los negocios, todo el que conseguía llegar hasta allí hacia la misma pregunta, si todas aquellas empresas pertenecían a otro distrito o ciudad, pero no, cualquier negocio ya fuera pequeño o grande se encontraban alejados de Drommar por una simple razón; nadie se desviaba hacia la ciudad porque a pesar de contar con altos edificios nadie fijaba su mirada en ella, por eso la llamaban la ciudad de los sueños, porque existía pero nadie la veía. Además, las personas pensaban que era una ilusión, debido al tiempo cálido de allí y sus desiertos; todos creían que era un paraíso ilusitorio.
Justamente allí había un bar de carretera, no solía tener mucha clientela, hasta los turistas solían pasar de largo, preferían los restaurantes más lujosos de la zona pero eso a Gabriela, hija de la dueña del negocio y que hacía de camarera, no la frenaba.
En ese momento se encontraba como siempre, atendiendo sola en compañía de sus tres clientes más fieles, procedentes precisamente de la capital y los únicos que la visitaban a diario. La tormenta sacudía con fuerza el techo y no podía ocultar su miedo pues por allí no era muy frecuente que lloviese.
—Hoy parece que Dios esta cabreado. —mencionó el más mayor de todos.
Se llamaba Marcus, era un hombre asustadizo aunque seguro de sí mismo, y nunca abandonaría a sus amigos si no fuese por una muy buena razón. Gabriela contempló desde detrás de la barra el negro cielo e hizo un gesto de pánico ante la posibilidad de que algún rayo pudiera caer cerca mientras terminaba de secar un vaso con un trapo.
—No hay ningún Dios, es una simple tormenta, nada más. —comentó Steve.
Steve, era el gracioso del grupo, siempre estaba sonriendo. Nadie entre sus familiares o amigos recordaba haberle visto serio, además él era el que siempre la estaba animando para que no se rindiera; siempre la decía que sería tan buena como su madre llevando el negocio, aunque también se mantenía un poco escéptico en vista de la falta de clientela.
—Como no, Steve como siempre dando una de cal y otra de arena ¿tú qué opinas Gabriela?
Era Michael quien formulaba la pregunta, quién de los tres era el más normal y también el más joven, tendría unos 45 años aproximadamente, nunca se sabía de qué palo iba. Tenía los ojos tristones, era muy reservado y nunca hablaba de su vida privada pero todos creían que siempre estaba allí porque tenía problemas en casa con su familia y la verdad es que Gabriela no era partidaria de meterse en los asuntos personales de ninguno de ellos.
Ella se agachó para poder ver bien el cielo por el cristal donde el nombre del bar estaba grabado, quizá esperando así obtener una respuesta; su pelo rubio trenzado se movió con gracilidad, sus ojos color miel brillaron cuando un rayo iluminó toda la estancia, ella pegó un pequeño grito dejando caer el vaso al suelo y llevándose una mano al corazón que le latía a mil por hora. Los tres vaqueros (así los llamaba ella) la miraron preocupados por si se había cortado o algo por el estilo. Ella les devolvió la mirada pero en esos momentos lo que vio en sus ojos no fue preocupación sino más bien la cara de tres hombres que estuvieran a punto de pedirla una cita y lo entendía, era guapa además de bastante simpática y no era extraño que todos los hombres con los que se cruzaba quisieran ligar con ella. Y cuando decía todos, eran todos, daba igual cual fuera su edad todos la deseaban. Se irguió como si no hubiese pasado nada, cogió la escoba y barrió los trozos de cristal amontonándolos a un lado para después meterlos dentro del recogedor y volcarlos dentro del cubo de la basura.
—Creo que es una simple tormenta, no siempre puede tener la culpa Dios de todo. —Contestó con toda la serenidad del mundo.
—Yo pienso que es Dios —dijo Steve—. ¡Estamos en medio de un maldito desierto! ¿Cómo es posible que llueva así?
Justo en ese momento un rayo cayó en la parte de atrás del bar seguido de un trueno. Esta vez todos pegaron un respingo y fijaron su mirada justamente en el lugar donde había descargado aquel atronador relámpago. Ella se limpió las manos, cogió una linterna de un cajón de la cocina y armándose de valor salió fuera para comprobar si se había producido algún daño.
—Gabriela, puede ser peligroso, puede caer otro. —dijo Steve poniendo una voz propia de un padre preocupado por su hija.
—Un rayo no cae dos veces en el mismo lugar. —le contestó aunque no muy convencida.
Una vez fuera observó que el comercio de flores que era justo el local que había enfrente, tenía algunos daños, pero nada se hallaba ardiendo. Todo aparentaba encontrarse en perfectas condiciones, se giró y sorprendida chocó con algo duro que la hizo perder el equilibrio y caer. Al golpearse contra el suelo se hizo daño en la rabadilla y la linterna se hizo añicos. Aunque la dolía no le dio importancia, solo sentía curiosidad por ver contra que o contra quien había chocado. Se sorprendió al ver delante de ella un chico moreno y con el pelo largo, con expresión lánguida y debilitada; parecía necesitar ayuda.
—¿Dónde estoy? —Preguntó él con apenas un hilo de voz.
Gabriela se dio cuenta de que el rayo debió caer cerca de él y en ese momento se hallaba aturdido, seguramente por el impactó recibido.
Su rostro daba autentico miedo, las líneas que se dibujaban en su cara bien podían ser las de un asesino, aunque sus ojos de color marrón trasmitían todo lo contrario, tenía la mirada de una persona bondadosa, no solía juzgar a los demás y no supo como descubrir la palabra exacta para definir sus sensaciones; cuando al fin se pudo levantar observó que tenía una especie de marca o tatuaje en su ojo derecho, pero al instante desapareció y ella pensó que había sido producto de su imaginación debido al miedo y a la oscuridad de la noche. A primera vista parecía delgado pero, según se iba acercando, Gabriela se asustó al ver que tenía músculos de una persona atlética
—¡Aléjate! —exclamó temerosa.
Entonces vio en sus ojos el miedo de un cachorro al que acaban de regañar, empezó a caminar hacia atrás, despacio y con un rostro confuso sin dejar de mirarla a ella, hasta que se topó con una pared donde se quedó un rato de pie y, acto seguido, empezó a arrastrarse por ella quedándose sentado en el suelo, con las rodillas dobladas y bajo su mentón, después abrazó sus piernas, como si de un oso de peluche se tratase, hundió su cara en ellas empezó a llorar como si fuese un desdichado. Gabriela sintió pena por el muchacho esta vez, se levantó y le tendió la mano. Steve apareció por la puerta y sin mediar palabra le dio con una botella en la cabeza dejándole inconsciente.
— ¡Que has hecho cafre!
—De nada por salvarte de este asesino.
— ¡No es un asesino! Es un muchacho que necesita ayuda.
— ¿Te fías de este tipejo? ¡Mírale! Tiene cara de ladrón y de asesino.
—Cuando tú eras joven también tenías cara de asesino ¿lo eres acaso?
—No, pero…
—Cállate y ayúdame a meterle dentro antes de que sigamos empapándonos.
Steve la ayudo a meterle en la cafetería sin rechistar.
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Al despertar, miró a su alrededor, estaba en una especie de taberna aunque más modernizada… o eso creía, había tabernas de donde el procedía con mucho más espacio. Lo reconoció por sus años viviendo como un ser humano. Se levantó y vio a tres hombres apuntándole con unas armas extrañas pero que conocía, por las formas que tenían y tal como se las habían descrito eran escopetas o por lo menos algo por el estilo.
—Como intentes algo malo te volamos la tapa de los sesos chico.
—No pretendo hacer nada, tan solo quiero evitar que maten a Eriai.
—¿Eriai? ¿Quién es Eriai? —Preguntó uno de ellos.
—Es el Dios supremo, si no llego a tiempo Lesten le matará con su propia espada.
—Chico, ese rayo te ha dejado trastornado.
—¿Rayo? —Contempló el negro cielo—. Un momento ¿esto acaso es la Tierra?
—Sí, es la Tierra, ¿acaso existe otro planeta con vida?
—Lo siento, pero debo marcharme.
Se puso en pie e hizo algo extraño con una de sus manos, era como si intentase limpiar el aire con un trapo inexistente; Steve, Marcus y Michael se miraron frunciendo los ceños algo confusos por el movimiento extraño que hacia aquel muchacho. No entendía bien lo que pasaba, después de intentarlo unas cinco o seis veces terminó rindiéndose. Finalmente Michael se acercó a él, se quedaron mirando un buen rato, el chico trago saliva y esbozó una sonrisa y este también le sonrió pero acto seguido le dio con la culata detrás del cuello, el muchacho se desmayó debido al golpe y cayó desplomado en el suelo.
—¿Se puede saber qué hacéis? —Dijo Gabriela molesta saliendo de la cocina.
—Ha sido él. —respondió Steve señalando a Michael.
—Estaba haciendo cosas extrañas, me ha obligado a hacerlo.
—Si seguís golpeándole así le vais a causar un daño cerebral.
Gabriela le agarró como pudo y le sentó cerca de la ventana que daba a la carretera, después sacó una botella de amoniaco de debajo de la pila y se la paso por la nariz, el muchacho abrió los ojos un poco desconcertado, a la primera que vio al abrirlos fue a Gabriela, ella le miraba con incertidumbre, el muchacho la miraba como si la hubiera reconocido.
—¿Sirena?
Gabriela se sorprendió al oírle mencionar el nombre de su madre, él hecho un vistazo a la estancia, por la cara que puso, ella pensó que él sabía dónde se encontraba.
—No, me llamo Gabriela, ¿nos conocemos de algo?
—Tú a mi no, pero yo a ti sí.
—¿Cómo es eso?
—Te pareces mucho a tu madre.
Su revelación la dejo más sorprendida, le puso una bolsa de hielo sobre la cabeza para que el chichón provocado por la botella de Steve se desinflase un poco.
—¿Conocías a mi madre?
—Sí, la conozco, ella es un ángel… o bueno, al menos lo era, al igual que yo.
Gabriela miró a sus amigos y ellos se llevaron el dedo a la sien diciéndola que estaba loco.
— ¿Un ángel? ¿De esos que tienen alas?
—Y de los que protegemos a la gente; sí, exactamente.
—No sé si ha sido el rayo o los dos golpes que has recibido de estas “maravillosas” personas pero estoy segura que una de las dos cosas te ha debido afectar el cerebro. —dijo ella utilizando el sarcasmo, ellos sonrieron con sorna.
—No miento ¡Soy un ángel y debo volver al reino de los dioses!
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Muy lejos de allí, en un lugar donde muy poca gente ha podido estar con vida, un hombre llamado Lesten miraba a través de un atril la Tierra.
—Matad a los que están a su alrededor, menos a la chica. A ella la quiero viva… de momento.
Un ejército entero bajaba hacia la Tierra, eran ángeles oscuros y huesudos.


 

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Óscar Navarro Zafra

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No cuenta su pasado, tampoco su futuro, tan solo cuenta su presente. Salva a las personas sin pedir nada a cambio pero una niña que aparece en sus sueños le cambia la vida. Embarcate en la guerra entre magos y humanos con Caven, un mago salido de Kínua, Kevin un inventor millonario y Marie, la doncella de la casa. Tambien vive la magia oscura de Alex, las vilguerías de Espadachín y la malvada Arcoiris Negro que tiene un pasado muy oscuro.